El puente del Origen

Marcos Ripalda
4 min readNov 15, 2023

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Ilustración de Carmura Lenteja con bosque y figura a la que le crece un árbol.

«El puente que estamos construyendo desde hace muchos siglos nunca estará terminado. Como una mano tendida que nadie estrecha, sobresale por encima de las rocas escarpadas de la frontera de nuestro país, debajo de la que se abre el negro abismo sin fondo. Su amplio arco desaparece en alguna parte a lo lejos de la espesa niebla, que se eleva constantemente de la profundidad».

«Una construcción semejante no se puede concluir si alguien no viene al encuentro construyendo desde el lado opuesto. Y nosotros no hemos podido descubrir un indicio de que al otro lado se trabaje también en un proyecto semejante. Es probable que allí todavía no hayan notado nada de nuestros esfuerzos».

[Fragmentos extraídos del libro El espejo en el espejo, de Michael Ende.]

I.

Las primeras palabras que el viajero recuerda al cruzar el vasto puente edificado sobre el río Idhlo son también las primeras en olvidarse.

Aunque el número de casas no supera la treintena, en la aldea hay un gran bullicio a esas horas.

Los artesanos fabrican láminas de esperanza, que son muy apreciadas por los comerciantes de otros territorios, mientras los monjes aguadores se pasean por el monte Rendhlo y dan de beber al sediento.

Muy cerca, Ángela conversa con el reflejo que proyecta en el riachuelo.

II.

Bernardo observa en su piel las señales del tiempo, las huellas diminutas de los recuerdos que le recorren el brazo formando una constelación lineal de puntos oscuros.

En uno de sus frecuentes insomnios, Bernardo, siendo todavía muy joven, descubrió que las personas eran como libros para él.

Ahora Bernardo se distrae con las luces del puente que se balancean tímidamente para dar la bienvenida al invierno.

Los recuerdos, los recuerdos… Ya vienen tocando los músicos una alegre melodía.

III.

Ángela descansa la cesta de frutas sobre la barandilla de piedra del puente.

El poema que escribe Ángela con su letra de escribano comienza así:

La estela que dejan las luciérnagas de tus ojos
me atrajeron hasta aquí.
El abismo acaba en el otro lado,
en el otro lado yo… Tengo cansancio de siglos, siglos enteros cubriendo los oídos de los hombres y de las mujeres. ¿Dónde estás? ¿Puedes oírme? Estoy tan cerca, tan cerca, tan cerca… Sé que al caer la tarde pequeños seres encendidos
trataran de atraparme en la siesta, pero no les dejaré.
Porque el rastro que dibuja tu mirada
es claro como una luna empapada de alcohol.

IV.

Cuando no era más que un muchacho, Bernardo comenzó a leer los libros que había encontrado en una baúl del sótano.

Su padre no supo decirle cómo habían llegado los libros hasta allí ni a quién pertenecían.

Bernardo comenzó aprendiendo los idiomas de los hombres alados, luego los de las Regiones del Norte, la Qui y el Mei. Desde ese momento, Bernardo dejó de tener miedo. Pero, ¿miedo a qué? Quizás a esa voz, la de su madre muerta, que ahora le susurraba en un idioma que él podía entender. El idioma de los muertos. Entonces supo que su búsqueda había comenzado.

V.

Imagina dos ciudades separadas tan sólo por un inmenso puente que se eleva sobre un terrible acantilado de rocas y arbustos.

Imagina que llegar al otro lado es imposible porque una amplia franja del majestuoso Puente del Origen sobre el río Idhlo queda aún por construir y conectar ambos extremos.

Según el Libro de los Medios es posible que la búsqueda de la otra mitad consciente sólo se inicie donde es inadmisible que ambos lados del puente se unan.

VI.

Ángela escribe su nombre y rasga el papel. Los fragmentos se agitan en el aire como copos de nieve. Recuerda que el invierno viene silbando sobre los tejados.

Todos los tejados se llenarán de nieve…

VII.

La ciudad se iba dejando envejecer y aparecía completamente desierta bajo el manto negro de las estrellas y el sonido intermitente de los grillos.

Nada había cambiado.

Una noche distraída por millones de estrellas blancas.

Los primeros copos de nieve llegan precedidos de las risas y de las campanas diminutas que hace sonar el rey Invierno. Sólo entonces, el repiqueteo de las pisadas cesó.

Al amanecer, Bernardo siguió oyendo la voz. Decía: Escúchame, escúchame…

De pronto, el sueño fue estar despierto.

Escuchó la voz, allí.

Entre los retazos, la voz de la madre, apenas audible. Pero, ¿qué ocurre?

Hay otra voz completamente desconocida, un susurro de cristales.

Bernardo ha dejado que sus pasos le guíen hasta el Puente del Origen.

Una figura detenida en el otro extremo.

Bernardo se encamina hacia ella.

VIII.

Ángela está sentada en el borde del puente con los pies balanceándose en el vacío. La brisa acaricia sus cabellos rojizos.

―¿Qué extraño, verdad? ―Bernardo está de pie frente al borde abrupto de aquel puente inacabado―. A esta hora, cuando el sol palidece y la luna comienza a vestirse, es posible cruzar al otro lado. Lo he leído en los libros.

―¿Y qué es lo que va a ocurrir? ―pregunta Ángela al desconocido del otro lado sin apenas alzar la voz.

―Durante unos segundos podremos cruzarlo. Pero aunque no tengo miedo, no soy capaz de dar ese paso.

―¿Y eso lo leíste en un libro?

―Sí, en libro más antiguo que todo lo que nos rodea.

―Si crees en las palabras, ¿qué te impide cruzarlo?

―Creo en las palabras, sí, pero sólo son las palabras. No espero que lo entiendas.

Ángela se quedó mirando fijamente a aquel hombre que había conocido mucho antes de saber que ella vendría hoy aquí.

Entonces, la invisible mano tendida la hizo alzarse.

Mientras se recogía el pelo, comenzó a caminar hacia el puente dispuesta a cruzarlo.

Me llamo Ángela.

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Written by Marcos Ripalda

Diseñador UX/UI. Cuentista postirónico. Licenciado en Periodismo. A veces diseño y maqueto libros. Apasionado de los vinilos y las tiendas de libros.

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