Freud nunca durmió solo

Marcos Ripalda
4 min readMay 31, 2023

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El psicólogo reprende a la madre por haber perdido los estribos. La madre arguye que el hijo, aunque es suyo, eso nadie se lo discute, es una mala influencia para el padre, al que le ha dado por jugar con los Playmobil nada más llegar del trabajo y al que hay que pedirle, rogarle más bien, que deje de jugar y que se siente en la mesa para almorzar.

Con reticencias, la cabeza hacia un lado, la lengua colgando del labio inferior, en un gesto que ella reconoce en su hijo y que significa que te den, el padre se sienta en la mesa y ella le pregunta si se ha lavado las manos, cosa que no ha hecho, por supuesto, y entonces se arma un follón para persuadirle de que si no se lava las manos no come.

Obviando el hecho de que el menú diario se ha empobrecido cualitativamente, pues sólo se puede servir arroz con tomate, huevos fritos, salchichas, filetes de pollo finísimos empanados, algún gallito ocasional sin espinas y, por supuesto, papas fritas, hay que cortarle al padre los filetes en piezas pequeñas para que no se atragante y recordarle continuamente que tiene que beber agua para que el bolo baje.

Cuando llega el postre, como estamos en verano, helado; y si no hay helado, nada. La fruta ni probarla, a pesar de que ella se esmera en la presentación de unas coloridas fuentes con trozos de mango en forma de escudos del Capitán América, cerezas deshuesadas, fresones, moras, melón en cuadraditos, plátanos en tiras y alguna fruta de temporada —leyó en un blog de autor que a los niños les entra la comida con colores vivos por los ojos, lo que no significa que les entre necesariamente por la boca—.

Cuando acaba la comida, el padre se encierra en el baño y caga. Luego sale en calzoncillos con alguna revista de videojuegos en la mano o el iPad o el Cinemanía o todo junto, se pone el traje que ha dejado hecho un gurruño sobre la cama del dormitorio y ella le coloca bien el nudo de la corbata antes de que salga por la puerta.

Así que, con la esperanza de que el padre cuando vuelva del trabajo a las once de la noche, se comporte como lo que era —un buen padre celoso de su intimidad—, ella le prepara todas las noches una cena exquisita con variedades de sushi, pollo al estilo hindú y pinchos variados que aprendió en un curso online de cocina mediterránea, delicias culinarias que el padre siempre rechaza porque prefiere beber del cartón de leche mientras se apoya en el frigorífico con la puerta abierta, para que le dé el fresquito en los genitales, y tomarse un bocadillo de salami antes de irse a la cama.

Hasta aquí, pase.

El problema es que todas las noches desde que al marido le dio por jugar con los Playmobil imitando a su hijo, y una cosa llevó a la otra, la despierta el padre porque ha mojado las sábanas o bien está llorando desconsoladamente porque hay un monstruo debajo de su cama.

Entonces ella se agacha y mira debajo de la cama y, aparte de pelusas, extremidades de muñecos arrancadas y un cochecito verde, no ve monstruos que valgan, y así se lo dice al padre. Luego, se encaja al estilo Tetris con el padre en la cama de ochenta y le hace caricias en la barba hasta que se duerme.

Ella vuelve a la cama de uno cincuenta cuando por fin se ha dormido el padre y estira las piernas en la cama y descubre lo bien que se está en la cama, toda la cama para mí, por eso la reprende el psicólogo. Que quiera toda la cama para ella significa que ha tenido una infancia desdichada y que se está vengando así del padre, de su progenitor, el abuelo de su hijo, que, a diferencia de los que cree el psicólogo, era encantador y un señor como Dios manda, con ideas conservadoras, sí, pero no se le hubiera ocurrido jugar con los juguetes de ella o de alguno de sus hermanos.

El psicólogo. sin embargo, le dice que ella es muy egoísta y que algo tiene que cambiar si quiere que la situación mejore, poner un poco de su parte, le dice, que tampoco cuesta tanto, y olvidarse del pasado, pasar página, cerrar un capítulo, y ella baja la cabeza y asiente mientras se arranca con la uña una costra que tiene en la rodilla.

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Marcos Ripalda
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Written by Marcos Ripalda

Diseñador UX/UI. Cuentista postirónico. Licenciado en Periodismo. A veces diseño y maqueto libros. Apasionado de los vinilos y las tiendas de libros.

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