La esclava
No me voy a alegrar porque las cosas te hayan ido mal desde que decidiste que las cosas te irían mejor. No te voy a reprochar lo injusto que fuiste. Porque tú pensaste que era lo más justo. A qué engañarnos: has tenido razón. Lo que iba ser mejor para ti, no lo fue al final. En absoluto. Ni siquiera voy a alardear de mi buena fortuna. Todo gracias a que te marchaste en lo que te pareció buena hora y fue mala, muy mala para ti.
Cuando te marchaste lo pasé muy mal. Pensaba que no me recobraría y que tu pérdida sería irremplazable.
Ya ves que no ha sido así. Sólo se necesita tiempo. Cualquiera puede recuperarse si pasa el tiempo suficiente.
No sé por qué te hago perder el tiempo leyendo esto, cuando ambos lo sabemos. Porque yo sí lo sé. He aprendido. Déjame, en cualquier caso, decirte algo que no sabes. Quiero que las cosas te sigan yendo mal. Más que eso: quiero que te vayan mucho peor. Siempre que sea posible. Tenemos una increíble tolerancia al dolor, créeme.
Ya te he dicho que no me alegro ni te lo reprocho, pero es tanto el odio que siento que a punto estuve, fíjate qué tonta, de no comprarme ese reloj tan caro porque tiene las manecillas doradas. Y es que a ti el dorado siempre te pareció una cosa horrorosa. El único lugar donde no desentonaba, no te cansabas de repetirlo, era en la iglesia, y dependía de la iglesia.
Pues entérate bien: en la iglesia del pueblo encontré consuelo. El cura me ha repetido infinidad de veces que no debo odiarte, aunque no le parece mal que te odie lo justo.
La biblia dice una cosa y su contraria, me dice.
El castigo y el perdón, me dice.
Que te dé urticaria acercarte a una iglesia para recibir consuelo, me ha otorgado esta ventaja. Porque, como ya imaginarás, me compré el reloj, sí, con sus manecillas doradas y su mecanismo oculto de escarabajo mecánico que apenas suena, aunque pegues el oído bien cerca, como me enseñaste.
El reloj no es nada del otro mundo, la verdad, si lo comparamos con otros relojes de la colección. Escribo, ya lo habrás descubierto, además de para desear que tu sufrimiento sea largo, para que sepas, por fin, qué fue de tu preciada colección de relojes, aunque se esté haciendo ya tarde en esta casa y haga un poco de frío.
La vieja casa es tan silenciosa sin ti, querido; silenciosa, si exceptuamos el tic tac de este pequeño bastardo con manecillas de oro. Porque aunque no sea capaz de escuchar el lamento de esas manecillas doradas, confío en que el tiempo transcurra pesadamente para ti, que te fuiste en lo que te pareció buena hora y fue mala, muy mala para ti.