LA TAPIA
No es fácil decirte adiós. No es fácil comerte la cabeza para que tú te comas la mía. Es complicado dejarse embaucar por tu prieta orografía cuando no hay consuelo en tus muslos apretándome las caderas mientras estoy lejos o muy borracho dejándome morir. Yo he querido tenerme cerca en caso de necesidad pero siempre me he alejado más de la cuenta y, al subir la marea, me he terminado ahogando. La verdad es que nunca he sabido nada importante de mí, nada que pudiera salvarme a la hora de enfrentarte, ese empuje ilusorio del progresa adecuadamente. Ningún consejo estimable que llevarme a la boca. Solo un enorme vacío como de permanecer sin estar. El ejercicio de defraudarme ha sido siempre mi diversión favorita y este dolor acaba y empieza conmigo sin que pueda apartar la vista de las parejas que pasean animadas por los bulevares de metal, con sus esquinas ribeteadas de aguardientes, de masajes portátiles, de encuentros marítimos, sacudidas, algún peñasco. Perderme en la noche es volverse ciego para los colores, y tú siempre tan negra e indiferente. Lo cierto es que he visto más vida en ese trozo inerte de compasión que me cuelga flácido que en todos tus amagos por compilar ese degradante deseo que tu empacho de vivir rezuma.
